Te dejo ser Dios: el oscuro mundo de los droneros del CJNG revelado por un exintegrante

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Drones explosivos, la nueva amenaza que traspasa fronteras

En regiones como Michoacán, los drones explosivos ya no son una sorpresa. Su zumbido en el cielo ha sembrado el terror en comunidades enteras.

Pero lo que antes parecía una táctica aislada, ahora genera preocupación internacional: más de 27 mil vuelos no autorizados fueron detectados solo en el segundo semestre de 2024, según agencias estadounidenses. La alerta crece: estos dispositivos podrían cruzar la frontera con fines bélicos.

En este contexto, el youtuber Gafe423 presentó un testimonio escalofriante en su podcast Zona de Guerra: el de “Lima”, un exmiembro de las Fuerzas Especiales del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), quien reveló con crudeza la lógica de guerra detrás del uso de drones, el adoctrinamiento criminal y la deshumanización de los jóvenes reclutas.


“La diestra”: romper cuerpos, moldear mentes

Lima ingresó al CJNG a los 16 años, no por pobreza, sino por la atracción del poder, el respeto y el entorno. Su historia desmonta el mito de que todos los sicarios son víctimas de la necesidad económica.

Fue trasladado a una casa de entrenamiento en la sierra, donde vivió semanas de tortura física y psicológica: correr largas distancias con chalecos y mochilas llenas de piedras, ayuno forzado, prohibición de hablar entre reclutas, castigos físicos brutales, y aislamiento para debilitar el espíritu. Todo orientado a generar obediencia ciega.

“No era un entrenamiento, era una domesticación”, dice. Quienes no resistían eran descartados o enviados a morir. Quienes sobresalían, como él, eran ascendidos a unidades clave.


Los droneros: una élite con licencia para matar

Lima fue seleccionado como dronero, parte del grupo Fuerzas Especiales Mencho. Su base: campamentos en zonas remotas, ocultos entre la maleza. Su tarea: operar drones agrícolas modificados para cargar explosivos de gran potencia.

Estos drones —capaces de recorrer más de 100 kilómetros y operar cinco horas por batería— eran usados para atacar campamentos rivales o incluso fuerzas del Estado.

El manejo era similar al de un videojuego, pero el margen de error era mínimo. Un fallo podía costar el equipo, la vida… o el sueldo.

Cada miembro ganaba hasta 28 mil pesos semanales, pero vivían bajo un régimen casi militar, con sanciones físicas por errores, vigilancia constante y nula libertad personal. “Dormirse en guardia se pagaba con tablazos.

Vi a compañeros perder dedos por intentar abusar de una mujer. Dentro del CJNG no hay espacio para errores ni debilidad”, contó.


Drones, poder y la ilusión de ser Dios

“Te dejo ser Dios”, decían los jefes. El dronero no solo atacaba: decidía quién vivía o moría. Esa frase, tan escalofriante como real, encapsula la deshumanización que alcanzaban los integrantes.

Lima confiesa que el aislamiento, la violencia continua y la sensación de poder sobre la vida ajena lo transformaron. Tras salir del cártel —con permiso de sus superiores— arrastra secuelas emocionales: insomnio, paranoia, ataques de ansiedad, y la imposibilidad de rehacer su vida.

“No puedes regresar a la normalidad. El olor de un huevo cocido me lleva a los días de hambre. No confío en nadie. Ni siquiera me atrevo a confesarme en la iglesia”, relata.


La guerra que no vemos, pero que ya está aquí

El relato de Lima no solo expone las entrañas del CJNG. Es un llamado urgente a mirar de frente una realidad que ha dejado de ser local.

El uso de drones con fines bélicos ya es parte del repertorio del crimen organizado mexicano, y su expansión tecnológica no conoce fronteras.

Mientras el Estado parece mirar con lentitud, los cárteles están entrenando a su propia “Fuerza Aérea” improvisada, con jóvenes como Lima, moldeados en fábricas de violencia, deshumanizados hasta creerse dioses… con control remoto en mano.