Era una mañana clara en Trípoli. El vuelo 8U771 de Afriqiyah Airways descendía con normalidad hacia el Aeropuerto Internacional. El sol asomaba en el horizonte y no había señales de fallo técnico. Pero a las 6:01 a.m. del 12 de mayo de 2010, el avión desapareció del radar. Segundos después, una explosión de fuego confirmó lo impensable: el Airbus A330 con 103 personas a bordo se había estrellado a pocos metros de la pista.
Lo que debió ser un aterrizaje seguro se convirtió en una de las peores tragedias aéreas del continente africano. En el accidente murieron 92 pasajeros y 11 tripulantes. Entre las víctimas, ciudadanos de Libia, Sudáfrica y los Países Bajos. Solo un niño sobrevivió.
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El horror del impacto
Los primeros rescatistas encontraron una escena dantesca: cuerpos calcinados, asientos volteados y documentos quemados. “Parecía una demolición planeada”, relató uno de los bomberos libios. No había estructura reconocible del avión.
Las investigaciones descartaron un atentado o fallas mecánicas. El informe final fue contundente: error humano. El piloto, fatigado y confundido por la luz del amanecer, creyó estar más alto de lo que realmente estaba. El copiloto, con poca experiencia, no corrigió el curso a tiempo.
El niño del milagro: Ruben
En medio del fuselaje destrozado, un rescatista encontró con vida a un niño de nueve años. Vestía una camiseta celeste, tenía una pierna colgando rota y hablaba en un idioma desconocido para el socorrista. No lloraba. Era Ruben van Assouw, ciudadano de los Países Bajos, único sobreviviente de una tragedia que se llevó a su padre, madre y hermano mayor.
Ruben fue trasladado de emergencia al hospital Al-Khadra en Trípoli. Estaba grave pero consciente. La Cruz Roja lo identificó inicialmente como “niño sobreviviente”. No tenía documentos. Fue el consulado neerlandés quien confirmó su identidad al día siguiente.
La reacción en los Países Bajos
La noticia sacudió a los Países Bajos. Doce de sus ciudadanos habían muerto en el siniestro. Las banderas se izaron a media asta. En Tilburg, su ciudad natal, se realizaron vigilias y ceremonias religiosas. Ruben fue trasladado a Eindhoven en un avión sanitario acompañado por su tía. Al llegar, no dijo una palabra. Estaba en shock.
Los medios lo bautizaron como “el milagro de Trípoli”. Su imagen vendado, con un peluche a su lado, recorrió el mundo. La sociedad neerlandesa se debatía entre el respeto por su privacidad y el deseo de saber más sobre su estado.
La familia de Ruben pidió privacidad. Los médicos anunciaron una recuperación física lenta pero posible. Lo emocional tardaría más. Psicólogos, maestros y amigos lo acompañaron en silencio. En su colegio, dejaron su pupitre vacío y lo llenaron de flores. Pero Ruben no volvió inmediatamente.
Se creó un entorno protegido para ayudarlo a procesar el duelo. Se evitó cualquier sobreexposición mediática. La consigna era clara: proteger al niño por encima del fenómeno noticioso.
Cómo fue posible el accidente
La aeronave, moderna y sin fallas técnicas, fue víctima de un error de percepción. El piloto ignoró los instrumentos y siguió una ruta errónea. La fatiga, la “ilusión de altitud” y la falta de intervención del copiloto fueron factores determinantes.
Las cajas negras confirmaron que no hubo alertas. El silencio en cabina había sido parte del protocolo. Las investigaciones fueron concluyentes: el siniestro fue 100% evitable. Países como Sudáfrica, Libia, Francia y los Países Bajos iniciaron investigaciones independientes para determinar responsabilidades.
La aerolínea estatal Afriqiyah Airways era un proyecto ambicioso del régimen de Muamar Gadafi. Buscaba convertir a Trípoli en un hub aéreo internacional. El accidente truncó esa visión. Las imágenes del fuselaje con el logotipo “9.9.99”, símbolo de la unidad africana, se volvieron íconos de la tragedia.
La historia del vuelo 8U771 y de Ruben van Assouw marcó un antes y un después en la aviación civil y en la memoria colectiva de los Países Bajos. Fue un recordatorio doloroso de lo frágil que puede ser la vida, pero también de la fuerza del espíritu humano.
Ruben sobrevivió. Un niño neerlandés entre los escombros de una tragedia global. Hoy su historia sigue siendo símbolo de esperanza, memoria y respeto por quienes partieron.
(Con información de Infobae)