Enfermeras se desmayan por hambre, bebés reciben solo agua y los hospitales ya no tienen con qué salvar vidas: Gaza enfrenta una catástrofe médica y humanitaria sin precedentes.
La Franja de Gaza se desangra. Mientras los bombardeos continúan y el sistema de salud se derrumba, una tragedia aún más silenciosa y devastadora cobra fuerza: la hambruna. En los pocos hospitales que aún siguen operativos, médicos y enfermeras trabajan sin alimentos, sin medicinas y, en muchos casos, sin fuerzas físicas. “Algunos se desmayan en quirófanos”, reportó el doctor Mohammad Abu Salmiya, director del Hospital Al-Shifa en Ciudad de Gaza.
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Este colapso generalizado no es consecuencia de una catástrofe natural, sino de decisiones políticas. Médicos, expertos y organizaciones internacionales coinciden: lo que hoy se vive en Gaza es una hambruna provocada por el hombre, utilizada como arma de guerra. Las restricciones impuestas por Israel durante meses a la entrada de ayuda humanitaria han hecho que, en julio, al menos 56 palestinos murieran por causas directamente relacionadas con el hambre, según cifras del Ministerio de Salud de Gaza.
Hospitales sin alimentos, niños sin esperanzas
Las escenas descritas por siete médicos —cuatro gazatíes y tres voluntarios internacionales— son desgarradoras. En los cuatro hospitales principales donde trabajaron la semana pasada, el personal sanitario no solo enfrenta heridas de guerra y enfermedades, sino también una ola creciente de desnutrición infantil y colapso inmunológico.
Los bebés recién nacidos están muriendo por falta de leche de fórmula. Algunos reciben únicamente agua, lo que pone en riesgo su vida inmediata. En hospitales como el Mártires de Al-Aqsa y el Nasser, en el sur, no hay fluidos nutricionales, ni vitaminas, ni sueros con aminoácidos. Los médicos intentan mantener con vida a los niños con lo poco que tienen, pero el deterioro es constante. “Vi bebés que estaban a punto de fallecer y no pudimos rescatarlos del borde”, declaró la doctora Ambereen Sleemi, voluntaria estadounidense.
La tragedia de Salam y la lucha diaria por sobrevivir
Salam Barghouth, una bebé de tres meses, pesa solo cuatro kilos. Su madre Hanin, de 22 años, ha perdido más de 13 kilos desde que inició la guerra. Sin leche materna suficiente y sin acceso a fórmula —que cuesta hasta 120 dólares en el mercado negro—, su hija sobrevive de milagro.
Casos como el de Salam se repiten a lo largo de Gaza. En el norte, la situación es aún más crítica: niños como Yazan Abu al-Foul, de apenas dos años, viven entre ruinas, con huesos marcados por la desnutrición y sin posibilidad de hospitalización. “Nos dijeron que no tienen materiales ni equipos”, relató su tía.
La ayuda que no llega y el bloqueo mortal
Aunque Israel afirma haber reanudado la entrada de ayuda alimentaria, lo hace a través de un sistema defectuoso. La distribución ya no está a cargo de Naciones Unidas, sino de contratistas privados desde pocos puntos lejanos, a los que solo se accede caminando varios kilómetros bajo fuego militar. El resultado: cientos de palestinos han muerto al intentar recoger comida.
El kilo de harina cuesta 30 dólares. El de tomates, lo mismo. La carne y el arroz son lujos inexistentes. En este contexto, el pueblo gazatí se ve obligado a elegir entre morir de hambre o arriesgarse a recibir un disparo.
Israel alega que el sistema busca evitar el robo de alimentos por parte de Hamas. Sin embargo, oficiales militares israelíes reconocieron que no existen pruebas de un desvío sistemático de la ayuda humanitaria por parte del grupo armado.
Un llamado desesperado desde el sistema de salud colapsado
Más allá del hambre, los efectos colaterales son igual de letales. Médicos informan sobre abortos espontáneos, nacimientos prematuros, colapso inmunológico y muertes por infecciones tratables, todo debido a la desnutrición.
“Esta es una hambruna provocada por el ser humano”, afirmó el doctor Nick Maynard, cirujano británico voluntario. “Usada como arma de guerra, y causará muchas más muertes si no se permite inmediatamente el ingreso de alimentos y ayuda”.
Pese a las promesas oficiales, la catástrofe se agrava. La ONU ha advertido que las restricciones impuestas por Israel impiden entregar los convoyes de ayuda antes de que los alimentos caduquen. El Programa Mundial de Alimentos estima que un tercio de los gazatíes pasa días enteros sin comer.
Gaza, aislada, hambrienta y devastada, grita por ayuda mientras el mundo observa. El colapso no es solo médico ni humanitario, sino también moral.
(Con información de Infobae)