La figura de Dina Boluarte, presidenta del Perú, se encuentra en una etapa crítica de percepción pública, marcada por una caída sostenida en los rankings de aprobación ciudadana. Si bien la popularidad no es el único indicador de éxito político, en regímenes democráticos representa un termómetro clave de legitimidad y confianza institucional.
Este descenso refleja más que una coyuntura puntual: expresa una desconexión creciente entre el gobierno y la ciudadanía, una advertencia sobre el desgaste del liderazgo político en un país que atraviesa constantes turbulencias sociales, económicas y legislativas.
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El papel de la imagen presidencial en una democracia frágil
En democracias como la peruana, con instituciones en permanente cuestionamiento y escasa continuidad gubernamental, la imagen del presidente adquiere un valor simbólico y estratégico. No solo canaliza expectativas sociales, sino que también refuerza —o debilita— la estabilidad institucional.
La caída de Dina Boluarte en los rankings de percepción pública no puede ser vista únicamente como una pérdida de popularidad. Debe ser entendida como un síntoma de crisis de representatividad, que afecta no solo al Ejecutivo, sino al sistema político en su conjunto.
Milei vs. Boluarte
El caso del presidente argentino Javier Milei ofrece un contraste interesante. Pese a su estilo confrontacional y la polarización que genera, fue el mandatario con mayor crecimiento en imagen positiva en mayo, con un aumento de 2,7 puntos.
Este fenómeno revela que la imagen presidencial no responde a un patrón único. Está influenciada por múltiples factores:
- Narrativa personal y estilo de liderazgo
- Capacidad de comunicación simbólica
- Sensación de autoridad y control
- Resonancia emocional con las demandas ciudadanas
Mientras Milei ha logrado capitalizar su figura como “outsider disruptivo”, Dina Boluarte aún no consolida un relato que conecte emocionalmente con el electorado, ni ha logrado proyectar un liderazgo proactivo frente a los principales retos del país.
La imagen como termómetro de legitimidad
La erosión de la imagen presidencial puede anticipar mayores dificultades para gobernar, tanto en términos de aprobación de políticas públicas como de capacidad de convocatoria. Una mandataria con baja aprobación enfrenta mayores resistencias sociales, menor capacidad de negociación con el Congreso y menor margen de maniobra internacional.
Para Dina Boluarte, cuya presidencia se forjó en medio de una crisis de sucesión y sin respaldo partidario sólido, la imagen pública se vuelve aún más relevante. Es, en muchos casos, el principal activo político del que dispone para construir consensos, gestionar conflictos o fortalecer su gobernabilidad.
El desafío: reconstruir el vínculo entre gobierno y ciudadanía
El descenso en la imagen de Dina Boluarte pone de relieve una fractura en el vínculo entre el Estado y la sociedad, una desconexión que exige acciones urgentes y sostenidas. No se trata solo de mejorar la percepción mediática, sino de recuperar la legitimidad a través de la acción efectiva, la transparencia y la cercanía con la población.
Algunos elementos clave que podrían ayudar a revertir esta situación incluyen:
- Reformas que respondan a demandas concretas de la ciudadanía
- Mensajes claros, coherentes y empáticos
- Mayor presencia territorial, con énfasis en regiones excluidas
- Diálogo abierto con sectores sociales críticos
La baja aprobación de Dina Boluarte no debe entenderse solo como una debilidad, sino también como una oportunidad para replantear el liderazgo presidencial en el Perú. En un contexto de desconfianza generalizada, toda recuperación de imagen implica una reconexión real con las necesidades de la población, más allá del discurso.
El futuro de su gestión dependerá de su capacidad para reconstruir la credibilidad y encarnar un proyecto de país que vuelva a inspirar confianza en un sistema democrático golpeado, pero aún con potencial de renovación.
(Con información de Infobae)